


Estimados obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles de África:
En nuestro vídeo anterior, titulado «Las siete palabras desde la cruz» destacamos la oración interior. Ahora queremos llamar vuestra atención sobre el poder de la fe en la lucha contra las fuerzas de la oscuridad en la oración interior según Marcos 11, 23. Dura unos 30 minutos.
«Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicias de los que durmieron. Porque ya que la muerte entró por un hombre, también por un hombre vino la resurrección de los muertos» (1 Co 15, 20-21). Está escrito: «El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente». Pero, al quebrantar el mandamiento, pecó y se convirtió en un alma muerta. Perdió la vida divina. Todos sus descendientes nacen como almas muertas, privadas de la vida divina. «El postrer Adán ―Jesús― fue hecho Espíritu vivificante». Esta es la única solución para un alma muerta: recibir al Espíritu vivificante. ¿Cómo? Mediante el arrepentimiento. Significa oponerse al sistema de mentiras y orgullo que domina la razón y aceptar las realidades y verdades fundamentales relativas a la vida terrenal y eterna: la realidad de la muerte, la realidad del pecado personal, la realidad del juicio de Dios y, en consecuencia, la del justo castigo eterno. Otra realidad es reconocer a Dios como Creador de todo el universo y de todos los seres vivos de la tierra. Recibir el amor de Dios, que es en Cristo. Él pagó el precio de nuestros pecados. Él nos limpia del pecado y nos da la nueva vida. Recibir a Cristo y recibir su Espíritu es la condición para nuestra salvación, porque squien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él....
Estimados obispos, sacerdotes, estudiantes de teología, religiosos y religiosas de África:
Habéis consagrado vuestras vidas a Dios. Pero si no vivís la vida interior, vuestra vida sacerdotal y religiosa perderá su sentido. ¿En qué consiste el secreto de la vida interior con nuestro Señor Jesucristo? Consiste en la oración interior, que va unida a la penitencia y, al mismo tiempo, nos une a Jesús. Todos los que han entregado sus vidas a Él necesitan conocerlo cada vez más profundamente.
Miguel Ángel estaba a punto de hacer la escultura de Moisés. Un día le trajeron una gran piedra o más bien un peñasco enorme. Él y su aprendiz fueron a verlo. Miguel Ángel lo rodeó con deleite. Luego pensó un rato mirando la piedra y dijo: «Veo a Moisés ahí». El aprendiz respondió asombrado: «¿Moisés? No es Moisés; es solo una piedra». Miguel Ángel contestó: «Pero yo lo veo ahí». «¿Qué hay que hacer para que realmente esté ahí?». Miguel Ángel dijo: «Hay que quitar todo lo que no es Moisés». «¿Y cómo sucederá?». «Cincel, martillo y golpes. Son los golpes los que dan forma».
Lo mismo ocurre con nosotros. Todo lo que no es Jesús en nosotros se debe quitar. ¿Y cómo sucederá? Son los golpes los que dan forma. Dios a menudo tiene que visitarnos con pruebas o sufrimientos, a veces incluso a través de otras personas que nos regañan o nos hacen daño, o a través de una pérdida o la muerte de nuestros seres queridos…
Jesús dice a los apóstoles: «… pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis» (Jn 14, 19). ¿Verán los apóstoles a Cristo? Sí, lo verán resucitado al tercer día después de Su muerte, y luego se les aparecerá durante cuarenta días. Y también lo verán en la luz de la gloria en el momento de su muerte física, cuando lo verán tal como Él es. ¡Lo verán! El primero de los apóstoles en verlo así fue uno de los hermanos por quienes su madre había intercedido para que se sentaran uno a la derecha y el otro a la izquierda de Cristo. Entonces Jesús les preguntó: «¿Podéis beber la copa que yo bebo?» Santiago y su hermano Juan le dijeron: «Podemos». Jesús les dijo: «La copa que yo bebo, beberéis». Y sí la bebieron. El primero en beber la copa del sufrimiento fue Juan, quien fue el único de los apóstoles que experimentó la unión con la muerte de Cristo al estar dispuesto a morir, y por eso permaneció fielmente al pie de la cruz. Su hermano Santiago fue el primero de los apóstoles en entregar su vida por Cristo como mártir. Fue decapitado a espada.
La Palabra de Dios enfatiza: al que vive de la fe en Jesús. Esta es la condición. Seguramente, Jesús murió por todas las personas y nosotros estamos obligados a predicarles el evangelio, la salvación. Sin Él nadie puede salvarse. Pero hoy en día se predica un evangelio diferente: dejar a los paganos que moren en la oscuridad y que perezcan en la oscuridad. Ciertamente, algunos de ellos se salvarán, pero quizás solo aquellos que no están bajo el dominio de los sistemas religiosos paganos, o aquellos que al menos no se han abierto a ellos. Abraham también era pagano, pero tenía conciencia. Los paganos también tienen conciencia y Cristo murió por ellos también. Pero, ¿cómo pueden alcanzar la salvación si nadie puede salvarse sin Cristo? Si viven una vida justa, Dios les dará la oportunidad de creer en Cristo al menos en la hora de la muerte. Lo recibirán o Lo rechazarán. Del mismo modo, también nosotros o recibiremos a Jesús en la hora de la muerte por última vez o Lo rechazaremos. Por eso dice el Apóstol que debemos estar arraigados en Él, cimentados en Él, para que en la hora de la muerte desechemos toda duda, todo pensamiento intruso, toda vanidad. Es una lucha dura. Lo entenderás cuando te dediques una hora a la oración interior, cuando quieras velar una hora con Cristo.
Estamos en el período de cuarenta días después de Pascua, conmemorando la gloriosa victoria de Cristo sobre la muerte y el pecado. La Palabra de Dios señala una profunda relación con el misterio de la resurrección de Cristo por el Espíritu Santo: «El Espíritu de aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos habita en vosotros…» (Rm 8, 11 s.).
Vida nueva ―la vida de Cristo resucitado― debe manifestarse en nosotros a través del Espíritu Santo. La condición es caminar por fe y entregar todos nuestros planes, preocupaciones y todo lo demás a Jesús. No nos aferremos a nada, ya sean nuestros pensamientos, sentimientos heridos, dudas sobre Dios y Su Palabra, o autocompasión. Entreguémosle todo a Él. Entonces Él actuará a través de nosotros con poder, tal vez solo en secreto, pero nuestra unión con Él en la fe dará frutos para la eternidad.
«Estas cosas os he hablado», dijo Jesús a los apóstoles la víspera de su muerte, «mientras todavía estoy con vosotros». No estará con los apóstoles por mucho tiempo más. Son los últimos momentos antes de su partida. Imaginad a un padre despidiéndose de sus hijos, sabiendo que al día siguiente lo ejecutarán. Es inocente, pero aun así lo ejecutarán. Les abrirá su corazón por completo a sus amados hijos. Les dará todo lo que tiene. Y Jesús, con un amor mucho mayor, les transmite la profundidad de las verdades a los apóstoles, hasta donde sabe que son capaces de sobrellevar y recibir. Sabía que aún eran incapaces de aceptar muchas cosas, pero les señaló la esperanza que es el Espíritu Santo. Y esto es lo que dice: «…mientras todavía estoy con vosotros… Pero el Consolador, a quien el Padre enviará en mi nombre…». Cuando alguien consuela a alguien deprimido, una palabra puede salvar una vida. «Consolador» —Él consuela—.
“Nos hizo merced de preciosas y ricas promesas para hacernos así partícipes de la divina naturaleza, huyendo de la corrupción que por la concupiscencia existe en el mundo.”
2 Pe 1, 4 (desde 12-10-2025 hasta 26-10-2025)