Reflexión sobre Hb 10, 25
No dejemos de congregarnos, como algunos tienen por costumbre;
más bien, exhortémonos,
y con mayor razón cuando vemos que el día del Señor se acerca.
Este versículo va precedido de las palabras: «Mantengámonos firmes, sin dudar, en la esperanza de la fe que profesamos, porque Dios cumplirá la promesa que nos ha hecho. Busquemos la manera de ayudarnos unos a otros a tener más amor y a hacer el bien». Los grupos que se reunían en la época en que el Apóstol escribía esta carta eran probablemente tan pequeños como el nuestro. Sin embargo, estas palabras se aplicaban y se aplican sobre todo a los pequeños grupos de oración, que llevaban la carga de la Iglesia y clamaban, como hoy, a Dios pidiendo luz, fuerza y salvación.
Percibimos que la exigencia bíblica de la koinonía, la formación de la comunión fraterna, es muy pertinente hoy en día. Un grupo de hombres cristianos se reúne para orar y pedir a Dios por sí mismos y por las almas que les han sido confiadas.
Al mismo tiempo, tratan de animarse unos a otros a permanecer fieles a Cristo y a los mandamientos que Él nos ha dado en medio de este mundo, a pesar de las diversas presiones. Los mandamientos de Cristo no son gravosos, aunque en determinadas circunstancias exigen grandes sacrificios. Pero la recompensa en el cielo es aún mayor si perseveramos.
Incluso entonces el Apóstol tuvo que animar y exhortar: «No dejemos de congregarnos…». Esto se debe a que la tendencia de nuestra naturaleza humana no es poner el reino de Dios en primer lugar, sino a menudo en último lugar. Entonces este vicio se convierte en hábito, como dice el Apóstol, «como algunos tienen por costumbre», y difícilmente se restablece el orden necesario. Por eso es necesario esforzarse constantemente por la renovación y el celo inicial, porque es en los grupos de oración donde se construyen las comunidades fraternas, que son las columnas de la Iglesia viva. Sin ellas, la Iglesia se convierte solo en una especie de estructura externa, una organización donde las personas solamente cumplen formalmente los requisitos mínimos y no tienen ninguna relación personal con Cristo ni se dan cuenta de la responsabilidad que tienen por sus almas y por las almas que les han sido confiadas.
En cuanto a la exigencia «exhortémonos» unos a otros, a nadie le gusta la exhortación, es dolorosa. Pero uno debe ser capaz de admitir su culpa ante Dios y ante la comunidad. Solo así puede tener lugar la corrección y uno puede salir del atolladero de la indiferencia y volver al camino del celo por la salvación de su alma y de los demás.
En cuanto al día del Señor, aún no había llegado para la humanidad en aquel entonces, y eso fue hace 2000 años. Pero para cada uno de nosotros puede llegar cuando menos lo esperamos. Ya sea un accidente automovilístico, un infarto, un derrame cerebral, una lesión o alguna catástrofe. Así que estemos preparados, el día del Señor puede venir hoy para nosotros.
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