Reflexión del Patriarca Elías: Da gracias a Dios por todo, incluso por los golpes que dan forma

Miguel Ángel estaba a punto de hacer la escultura de Moisés. Un día le trajeron una gran piedra o más bien un peñasco enorme. Él y su aprendiz fueron a verlo. Miguel Ángel lo rodeó con deleite. Luego pensó un rato mirando la piedra y dijo: «Veo a Moisés ahí». El aprendiz respondió asombrado: «¿Moisés? No es Moisés; es solo una piedra». Miguel Ángel contestó: «Pero yo lo veo ahí». «¿Qué hay que hacer para que realmente esté ahí?». Miguel Ángel dijo: «Hay que quitar todo lo que no es Moisés». «¿Y cómo sucederá?». «Cincel, martillo y golpes. Son los golpes los que dan forma».

Lo mismo ocurre con nosotros. Todo lo que no es Jesús en nosotros se debe quitar. ¿Y cómo sucederá? Son los golpes los que dan forma. Dios a menudo tiene que visitarnos con pruebas o sufrimientos, a veces incluso a través de otras personas que nos regañan o nos hacen daño, o a través de una pérdida o la muerte de nuestros seres queridos… Son los golpes los que dan forma. Sin embargo, los golpes pueden incluso destruir la obra; esto sucede cuando nos rebelamos contra ellos. Demos gracias por todo. Aceptémoslo todo. Para poder hacerlo, debemos ser conscientes de nuestro pecado. Necesitamos luz, comprensión, verdadera autocrítica, para que podamos admitir con sinceridad y gratitud: Sí, este golpe es por mi dejadez, mi descuido, mi hedonismo, mi voluntad propia, o algo peor… Son los golpes los que dan forma. Así que tenemos que aprender a dar gracias. A dar gracias a Dios por todo. Es algo sencillo. Puedes intentarlo. Hay docenas, tal vez cientos de ejemplos de cómo funciona. Funciona no al 99 sino al 100 %. Cada uno de nosotros tiene algún sufrimiento, menor o mayor, pero la cuestión es si lo aceptamos y damos gracias por ello. Leemos en el Salmo 119: «Siete veces al día te alabo a causa de tus justos juicios» (Sal 119, 164). Significa que incluso si algo malo sucede, debemos darle gracias, darle gracias por Su, por así decirlo, justo trato hacia nosotros porque Él busca nuestro bien mayor. Alguien dirá: «¿Qué significa eso? ¡Es una burla de Dios! ¿Cómo puedo dar gracias por algo malo?» Automáticamente piensas: «¿Por qué?». Sientes autocompasión, revuelta, ira… Curiosamente, no estás enojado con el diablo, que es el autor del mal, sino con Dios. Cuando empieces a dar gracias en lugar de ceder a la ira o la desesperación, Dios finalmente convertirá el mal en bien. Y lo más importante: ¡no perderás la comunión con Él ni siquiera en las situaciones más difíciles!

 

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