Reflexión sobre Hb 13, 5

«Sean vuestras costumbres sin amor al dinero,
contentos con lo que tenéis ahora; porque Dios mismo ha dicho:
“Nunca te abandonaré ni jamás te desampararé”»

Antes de estas palabras de la epístola a los Hebreos, el Apóstol escribe: «Acordaos de los presos, como si estuvierais presos juntamente con ellos; y de los maltratados, como que también vosotros mismos estáis en el cuerpo. Sea el matrimonio honroso en todos, y el lecho matrimonial sin mancilla, porque a los inmorales y a los adúlteros los juzgará Dios». Luego sigue versículo 5: «Sean vuestras costumbres sin amor al dinero, contentos con lo que tenéis ahora; porque él mismo ha dicho: “Nunca te abandonaré ni jamás te desampararé”».

El Apóstol continúa: «Así que podemos decir confiadamente: El Señor es el que me ayuda; no temeré. ¿Qué podrá hacerme el hombre? Acordaos de vuestros guías, que os hablaron la palabra de Dios, y considerando el resultado de su conducta, imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos. No os dejéis llevar por doctrinas diversas y extrañas» (v. 3–9a).

En cuanto al versículo que vamos a recitar durante dos semanas, que nos dice que mantengámonos libres del amor al dinero, el Apóstol dice en otro lugar: «La raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se traspasaron a sí mismos con muchos dolores» (1 Tm 6, 10). Un ejemplo aleccionador del amor al dinero es el del apóstol traidor Judas. Jesús dice claramente: «No podéis servir a Dios y a las riquezas».

¿Cómo el apóstol llegó a ser un traidor? Judas estaba cegado por la pasión: el amor al dinero. El dinero se apoderó de su mente y su corazón. No sucedió de repente. La pasión tiene su inicio, crecimiento y maduración. Judas primero empezó a fijarse en el dinero y poco a poco a desearlo excesivamente. ¡Dinero y solo dinero! Se apoderó de todo su ser. La codicia por el dinero expulsó todo lo demás del alma de Judas; desde el momento en que comenzó a codiciar el dinero, su amor por el Señor se enfrió y se volvió insensible a todas Sus amonestaciones. Se dirigía hacia el abismo. Su avaricia llegó al colmo, y cuando surgió la oportunidad de entregar al Señor Jesús a Sus enemigos por dinero, lo hizo.

La avaricia es uno de los pecados capitales. Es una pasión extremadamente peligrosa, porque nos vuelve cada vez más ciegos e intoxicados y, finalmente, insensibles hacia Dios y el prójimo. San Agustín escribe: «La codicia es insaciable. Siempre roba y nunca se harta; no teme a Dios, no teme al hombre; no perdona al padre, no honra a la madre; no obedece al hermano y no guarda fidelidad al amigo. Oprime a la viuda, oprime al huérfano… da falso testimonio». ¡Resiste al principio! Judas fue un prototipo de todos los futuros que, impulsados por la pasión, abandonaron a Jesucristo. ¡La pasión del orgullo, la pasión de la codicia, la pasión de la impureza! No se puede servir a dos señores; no se puede servir a Dios y a mammón (el pecado). Al principio hay que hacer lo contrario de lo que exige la pasión.

El Apóstol subraya: «Estad contentos con lo que tenéis…», y añade: «…porque Dios mismo ha dicho: “Nunca te abandonaré ni jamás te desampararé”».

 

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