


¿Qué sentimientos y pensamientos llenaban los corazones de los discípulos cuando salieron de Jerusalén y cuando Jesús se unió a ellos, a quien, sin embargo, no Lo reconocieron? Jesús por lo primero les pregunta: “¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros? ¿Por qué estáis tristes?” Uno de ellos, que se llamaba Cleofás Le dijo: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?” Y Él los preguntó: “¿Qué cosas?” Y ellos Le dijeron: “De Jesús de Nazaret, que era un profeta, poderoso en obras y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y de cómo le entregaron los principales sacerdotes para ser condenado a muerte… Nosotros esperábamos que Él era el que habría de redimir a Israel”. Entonces los discípulos Le dicen de lo que oyeron: como las mujeres habían visto una aparición de ángeles, que les dijeron que Jesús estaba vivo. Y Jesús les dijo: “¡Oh incensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y que entrara en su gloria?” Y comenzando desde Moisés y de todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de Él decían. Sus corazones ardían en ellos, cuando les abría las Escrituras. Poco después, cuando Él partió el pan, fueron abiertos los ojos de ellos, y Le reconocieron, pero Él desapareció de su vista.
“Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado. Cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban. Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado”. (Mt 28, 16-19).
“El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea, será condenado. Estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios, hablarán nuevas lenguas, tomarán serpientes en las manos y, aunque beban cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán”. (Mc 16, 16-18)
Y Jesús dijo: “Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. (Mt 28, 20) Jesús estaba con los apóstoles, y Él está con nosotros también, pero también nosotros debemos estar con Él. Jesús es el mismo ayer, hoy y por los siglos (Heb 13, 8). Su promesa es verdadera hoy en día también, pero la condición es predicar el Evangelio en el poder y estar dispuesto incluso a poner la vida por su causa y por causa de Cristo.
“Nos hizo merced de preciosas y ricas promesas para hacernos así partícipes de la divina naturaleza, huyendo de la corrupción que por la concupiscencia existe en el mundo.”
2 Pe 1, 4 (desde 12-10-2025 hasta 26-10-2025)