¡Señor, danos Tu palabra!

El mundo entero está sufriendo una crisis de fe; somos testigos de la apostasía masiva del cristianismo. Gracias a Dios que podemos luchar por la pureza de la fe. Dios nos ha puesto en esta lucha. No estamos luchando sólo por Ucrania; Dios nos ha puesto en un campo de batalla para luchar por toda la Iglesia. Viendo cuán grande es este problema, decimos en la oración: — Oh Dios, ¿qué debemos hacer? No estamos en una posición como David contra Goliat, sino más bien como si estuviésemos con una honda contra una bomba atómica. No tenemos ninguna posibilidad. Pero confiamos en que Tú eres Todopoderoso, que vencerás en esta lucha y que llegará la resurrección espiritual. ¿Y cómo? Estamos en la oscuridad: nos enfrentamos a un problema y no vemos ninguna solución.

La pureza es fruto de la gracia de Dios concedida a los humildes

La Santísima Virgen María es un modelo de humildad. Ella dijo: «¡He aquí la esclava del Señor!». «Él ha puesto los ojos en la bajeza de su esclava». Pongamos nuestros ojos en ella y seamos como ella. ¡Ella es nuestra Madre!

En cuanto a la pureza, recordemos que es fruto de la gracia de Dios concedida a los humildes. La pureza debe estar enraizada en la humildad, es decir, en la entrega total a Dios, o en el amor abnegado y desinteresado. Sin humildad, no tendremos amor a Dios ni al prójimo, ni pureza ni ninguna otra virtud. San Basilio escribe en una de sus cartas: «Aunque sobresalgas en la oración, la abnegación, el sacrificio extraordinario y cosas por el estilo, ¡todo quedaría en nada sin la humildad!». Así que esforcémonos por ocupar el último lugar.

Jesús espera nuestra fe

Necesitamos con urgencia personas que recen, sufran y lo sacrifiquen todo. Todo esto es amor, ¿y qué podría ser más útil en esta corta vida, en la que no solo se decide nuestra propia eternidad, sino también la de los demás? A través de la fe y el sacrificio, podemos salvar almas inmortales. Es maravilloso que Jesús espere nuestra fe, mediante la cual quiere darnos gracia no solo a nosotros, sino también a los demás, a quienes podemos influir con nuestra fe y oraciones para que se conviertan, se abran a Dios y decidan seguirle.

Jesús está conmigo hoy y siempre

Un sacerdote de Estados Unidos comenzó a tener tentaciones contra la fe; le parecía que Dios no sabía de él porque no intervenía en su vida. El Señor le dio una lección. El sacerdote decidió irse de vacaciones, pero no le dijo a nadie dónde iba. Mientras pernoctaba en un motel, el recepcionista lo llamó al teléfono. Al otro lado del teléfono había una mujer que quería suicidarse. Creía haber llamado a la rectoral porque había anotado su número de un programa sobre Jesucristo que él había presentado en televisión, y ahora se le ocurrió marcarlo. No sabía que había llamado al motel donde él se alojaba.

La mujer se salvó, y el sacerdote comprendió que no podía esconderse de Dios; Él lo sabía todo sobre él. Eso fue un gran estímulo para él.

Tened sal en vosotros mismos

La generación más joven anhela un gran ideal. No hay mayor ideal que seguir radicalmente a Jesús. Jesús dice: «Todos serán salados con fuego. La sal es buena; pero si la sal se vuelve insípida, ¿con qué la sazonaréis? Tened sal en vosotros mismos y estad en paz los unos con los otros» (Mc 9,49-50). Por lo tanto, debemos ser perseverantes en el seguimiento radical de Jesús. Debemos tener sal —el fuego del fervor— dentro de nosotros. Al mismo tiempo, nuestro viejo hombre debe ser crucificado en nuestra vida cotidiana; en otras palabras, debemos perder «lo nuestro» por amor a Jesús. De lo contrario, ¡no estaremos en paz los unos con los otros! La santidad consiste en caminar con firmeza en la fe a lo largo de la vida. Cada día debemos vivir el ardor del Evangelio, sin dejar nunca de ser sal, sin conformarnos jamás al espíritu del mundo, que intenta alejarnos de Jesús por medio de nimiedades.

La necesaria ley del grano de trigo

Al igual que en el caso de Abraham, toda obra de Dios debe tener en su origen la obediencia de la fe hasta la muerte. Esta es la ley del grano de trigo. El diablo nos atacará con depresión, presión, tristeza, tensión o una apatía indefinible, pero no hay razón para tomar estos sentimientos en serio y permanecer en ese estado. Esa es la riqueza de la vanidad. Debemos orar con fe. Solo Dios sabe cómo resolverá el asunto. Él quiere de nosotros una fe absoluta en Su omnipotencia y una entrega total. Lo que Él hará con ello lo veremos más adelante o en la eternidad. La muerte de un grano de trigo siempre da múltiples frutos.

De la unión verdadera brota la vida de Cristo resucitado

El viejo hombre está gobernado por principios precisos que son muy sutiles. Se reconocen y desenmascaran mejor en nosotros mismos, pero aún más intensamente cuando dos o tres se esfuerzan verdaderamente por hacer morir al viejo hombre en la cruz, para que podamos decir: «Con Él hemos muerto, y con Él hemos sido sepultados». Y luego también es verdad que «hemos resucitado con Él». No se trata de muerte física, entierro físico o resurrección física. Es una cuestión de fe y de la vida de fe, especialmente los pasos básicos que debemos seguir diariamente una y otra vez: 1) niégate a ti mismo, 2) toma tu cruz diaria. A veces, esta cruz es la misma durante un cierto período de tiempo. A veces toma una variedad de formas durante el día. Se trata principalmente de renunciar a nuestros puntos de vista, opiniones o hábitos, incluso en asuntos pequeños, ¡y esto duele!

Nuestra gran tarea: aportar una gota de nuestra fe

Solo Dios puede resucitar a la nación. ¡Pero Él quiere que cada uno de nosotros aporte una gota de nuestra fe! Esta es nuestra gran tarea que debemos aceptar en la fe. Dios cuenta con cada uno de nosotros y quiere que nosotros confiemos en Él. Por eso esta batalla espiritual por la resurrección necesita de personas orantes, unidas y adheridas a las claras enseñanzas del Evangelio, enraizadas en la tradición de la Iglesia y de los santos. Esta batalla requiere bogar mar adentro. Esto significa vivir el Evangelio por fe.

La humildad es la base de todas las virtudes

De todas las personas, la Virgen María es el modelo supremo de la humildad. El Señor Jesús, Dios y Hombre, dijo: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”. Él dijo claramente que esto es lo que debemos aprender de Él. Él claramente lo exige de nosotros. Debemos prácticamente negarnos a nosotros mismos, aceptar nuestra cruz y seguirLe humillado, abandonado y crucificado. La humildad es la base de todas las virtudes. Lo opuesto a la humildad es el orgullo que conduce a la muerte eterna, mientras que la humildad es la clave del cielo. La humildad vence al diablo y al viejo hombre en nosotros. Diferentes formas de celos, la comparación con los demás, la competitividad incluso en la vida espiritual, la tristeza cuando alguien tiene éxito; ¡todo esto es un pecado de orgullo! Necesitamos humillarnos en pensamientos una y otra vez. Pero, subsiguientemente, tenemos que hacerlo en palabras, hechos y gestos también. La tristeza es a menudo un signo de preocupación por nosotros mismos, el fracaso en lograr nuestros planes o sueños, etc. A menos que crezcamos en esta virtud, nunca tendremos una verdadera unidad con Cristo ni con ningún hombre.

La parábola de los dos deudores

En uno de los evangelios, Jesús cuenta la parábola de dos deudores: uno debía diez mil talentos y el otro cien denarios. Perdonas algo pequeño y el Señor te perdona una deuda millonaria. ¡Qué locura es saber esto y no actuar en consecuencia! Tenemos que ponerlo en práctica todos los días. Al perdonar a los demás con fervor y caminar en la verdad y la luz, nos sanamos y nos liberamos de todo tipo de emociones sombrías o sentimientos de culpa, tanto indefinibles como definibles. Estas emociones son falsas. Preguntémonos: ¿dónde está Jesús en todo esto? ¿Y dónde estoy yo? ¿Estoy en mí mismo o en Cristo si me vienen esos pensamientos? Si estoy en Cristo, la palabra de Dios es mi guía, interpretada en Espíritu y en verdad, no como la interpretó el espíritu maligno cuando citó la palabra de Dios a Cristo en el desierto.

¡Estáte preparado!

Jesús dice: “Estad preparados, porque no sabéis ni el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir”. Esta es la mayor sabiduría: estar preparado para la muerte. En efecto, no sabemos si algo malo va a pasar; podemos desarrollar cáncer o tener un accidente de coche y partir a la eternidad. No sabemos ni el día ni la hora. No sabemos cuándo nos encontraremos con nuestro Señor cara a cara. Pero debemos ser conscientes de ello. Sabemos que ese día vendrá. No debemos retrasar nuestra conversión. Debemos empezar hoy, como dice la Palabra de Dios: “Si oís hoy Su voz, no endurezcáis vuestros corazones”. Retrasar el arrepentimiento hasta la muerte es una tontería. Ciertamente, ha habido algunas personas que se convirtieron en la hora de la muerte, pero esto es una excepción. ¡Confiar en esto es un riesgo! ¡Perder la vida eterna es algo terrible!

Los cristianos dicen que creen que un día comparecerán ante el tribunal de Dios, pero viven como si el juicio, el cielo y el infierno fuera un simple mito.

Muerte en Adán, vida en Cristo

«Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicias de los que durmieron. Porque ya que la muerte entró por un hombre, también por un hombre vino la resurrección de los muertos» (1 Co 15, 20-21). Está escrito: «El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente». Pero, al quebrantar el mandamiento, pecó y se convirtió en un alma muerta. Perdió la vida divina. Todos sus descendientes nacen como almas muertas, privadas de la vida divina. «El postrer Adán Jesús― fue hecho Espíritu vivificante». Esta es la única solución para un alma muerta: recibir al Espíritu vivificante. ¿Cómo? Mediante el arrepentimiento. Significa oponerse al sistema de mentiras y orgullo que domina la razón y aceptar las realidades y verdades fundamentales relativas a la vida terrenal y eterna: la realidad de la muerte, la realidad del pecado personal, la realidad del juicio de Dios y, en consecuencia, la del justo castigo eterno. Otra realidad es reconocer a Dios como Creador de todo el universo y de todos los seres vivos de la tierra. Recibir el amor de Dios, que es en Cristo. Él pagó el precio de nuestros pecados. Él nos limpia del pecado y nos da la nueva vida. Recibir a Cristo y recibir su Espíritu es la condición para nuestra salvación, porque squien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él....

Únete a Jesús crucificado

La vida es corta. Un antiguo proverbio dice: «Dios hace sufrir a quienes ama». Unamos nuestras cruces, nuestras aflicciones, por ejemplo, el sufrimiento físico o las enfermedades… con el sufrimiento de Cristo. Si estás sano, dale gracias a Dios por eso. Pero entonces debes percatarte aún más de la cruz espiritual: la injusticia causada por el sistema del mundo y el pecado, la miseria espiritual y la ceguera que reinan en el mundo, las blasfemias contra Dios, y el hecho de que Jesús es despreciado y no amado. Necesitamos verlo y clamar a Dios en oración. Y si nos unimos a Jesús crucificado a diario, el Señor nos introduce cada vez más profundamente en el misterio de la cruz de Cristo.

Reflexión del Patriarca Elías: Da gracias a Dios por todo, incluso por los golpes que dan forma

Miguel Ángel estaba a punto de hacer la escultura de Moisés. Un día le trajeron una gran piedra o más bien un peñasco enorme. Él y su aprendiz fueron a verlo. Miguel Ángel lo rodeó con deleite. Luego pensó un rato mirando la piedra y dijo: «Veo a Moisés ahí». El aprendiz respondió asombrado: «¿Moisés? No es Moisés; es solo una piedra». Miguel Ángel contestó: «Pero yo lo veo ahí». «¿Qué hay que hacer para que realmente esté ahí?». Miguel Ángel dijo: «Hay que quitar todo lo que no es Moisés». «¿Y cómo sucederá?». «Cincel, martillo y golpes. Son los golpes los que dan forma».

Lo mismo ocurre con nosotros. Todo lo que no es Jesús en nosotros se debe quitar. ¿Y cómo sucederá? Son los golpes los que dan forma. Dios a menudo tiene que visitarnos con pruebas o sufrimientos, a veces incluso a través de otras personas que nos regañan o nos hacen daño, o a través de una pérdida o la muerte de nuestros seres queridos…


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